En 1914 comenzó un nuevo tipo de guerra, en la que los avances tecnológicos en armamento transformaron el campo de batalla en una pesadilla imprevista. La Gran Guerra se considera la primera guerra moderna y mecanizada, y sus repercusiones van mucho más allá de la pérdida de casi diez millones de soldados. Otros veintiún millones que sobrevivieron quedarían irrevocablemente cambiados por sus heridas, tanto físicas como psicológicas.
Hay innumerables libros que detallan la carnicería de los hospitales de campaña y las trincheras, el sufrimiento infligido a los que lucharon en la guerra y para qué fin aparentemente grandioso sirvió su sacrificio. Lindsey Fitzharris aborda todos estos temas, pero su libro "The Facemaker: A Visionary Surgeon's Battle to Mend the Disfigured Soldiers of World WarI" se centra en el padre de la cirugía plástica moderna, el Dr. Harold Gillies, y sus innovadores esfuerzos por reparar tanto los rostros como los espíritus de los desfigurados en combate.
Fitzharris relata la vida de Gilles junto a las experiencias de varios soldados que estarían a su cuidado en el hospital Queen Mary de Sidcup. Gillies estableció este hospital como el primero de su clase dedicado a la reconstrucción y rehabilitación facial. El advenimiento de la cirugía plástica se produjo aquí, gracias a los esfuerzos no sólo de Gillies, sino del notable equipo de cirujanos, dentistas, artistas, fotógrafos y enfermeras que reclutó para esta empresa.
Este libro es desgarrador, como es comprensible tratándose de la Primera Guerra Mundial, y la inclusión de fotografías que documentan el progreso de la reconstrucción de los pacientes de Gillies no fue una elección que Fitzharris tomara a la ligera. Señala que estos soldados desfigurados estarían ocultos al público debido a la naturaleza de sus heridas, y sería imposible comprender la gravedad de su trauma, así como la magnitud de la habilidad de Gillies, sin ver sus rostros durante este proceso.
Sin embargo, "The Facemaker" no es del todo un relato gráfico sobre las horribles consecuencias de la guerra. Fitzharris recurre a fuentes primarias para describir a Gillies como un cirujano compasivo y dedicado; el médico visitaba personalmente a sus pacientes y les infundía un sentimiento de esperanza y seguridad durante su recuperación. La cirugía plástica que conocemos hoy existe en parte gracias a los sinceros esfuerzos de Gillies por curar a sus pacientes en cuerpo y alma. Su trabajo no terminaba cuando un soldado era remendado lo justo para sobrevivir, ni cuando su cara era remodelada para pasar por "normal". La preocupación de Gillies era reconstruir el rostro para que volviera a ser lo que una vez fue, tal y como lo reconocerían el propio soldado y sus seres queridos.
Como se explica en el libro, ésta no era la norma de la época; fue la motivación de Gillies por hacer todo lo posible por los soldados a su cargo lo que propició este monumental esfuerzo de restauración estética. "The Facemaker" es un libro que recomendaría a aquellos cuyo conocimiento de la Primera Guerra Mundial termina en el campo de batalla, y para cualquiera con un gran interés en los innovadores motivados por la empatía. Cualquiera que sienta curiosidad por los extraordinarios orígenes de algo que ahora es tan común en nuestra sociedad se beneficiaría de este libro.